martes, 21 de mayo de 2013

Propiedades de las cataplasmas de arcilla


Hay constancia del empleo de la arcilla desde hace milenios, en todas las épocas y continentes, para curar todo tipo de enfermedades, heridas, afecciones de la piel y problemas inflamatorios. Los hombres probablemente imitaron a los animales, que buscan en el barro arcilloso el remedio a sus males. Si bien dejó de utilizarse de manera habitual en el siglo XIX, con la incorporación a la vida cotidiana de los progresos de la química, ya desde la Edad Media fue perdiéndose en Occidente el prestigio terapéutico de la arcilla, menospreciada por la Iglesia.
La arcilla se encuentra en forma de yacimientos explotados casi siempre a cielo abierto.  La veta de arcilla se saca a la luz y se limpia, se selecciona y analiza y se transporta a un área de secado con suelo de hormigón donde se extiende al sol, forma de secado natural que permite almacenar aún más energía de los rayos solares. Luego se selecciona manualmente, se eliminan impurezas residuales y se tritura para obtener una granulación homogénea de la arcilla, de disolución rápida, y utilizada para uso externo.
El naturópata francés Raymond Dextreit afirma que la arcilla es una sustancia viva que actúa con discernimiento y frena la proliferación de cuerpos parasitarios, microbios o bacterias patógenas, a la vez que favorece la reconstitución celular sana.
Tomada por vía oral, la arcilla provoca un efecto multilateral. Su intensa actividad elimina y destruye las células enfermas y activa la reconstrucción de otras sanas, actúa como agente depurador que elimina toda clase de sustancias nocivas.
 Tiene efecto sedante, relajante y curativo en el tratamiento de las inflamaciones intestinales, amébicas y otras disenterías, su actividad no sólo cura trastornos leves como diarrea y estreñimiento, sino que influye sobre todos los órganos y sobre la totalidad del organismo. 

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